En defensa de la educación pública: frente a la crisis mundial, no hay salidas virtuales. Pandemia, “clases a distancia” y precarización educativa
Por Antonio Rosselló y Santiago Gándara
El estallido de la pandemia y su consecuente cuarentena han profundizado la crisis del capitalismo en todo el mundo. La ofensiva del imperialismo, las tendencias a la guerra (ya no solo comercial o de monedas), la recesión, las caídas recurrentes de las bolsas, el creciente desempleo y condiciones de explotación de lxs trabajadorxs, se ven agudizados a una escala también exponencial. A nadie se le escapa –y así lo testimonian incluso los diarios de la burguesía- que se están reproduciendo las condiciones de la depresión del ‘30 o de 1914, cuando el mundo se preparaba para la salvaje Primera Guerra Mundial.
El coronavirus ha expuesto la precariedad de los sistemas de salud del mundo entero. No solo por la inevitable saturación que produce un contagio masivo sino por el resultado de décadas de desguace de los sistemas públicos.
Pero además ha puesto en escena la profunda precarización de los sistemas educativos y el intento de profundizarla.
Experiencias recientes de “escuelas virtuales”
En un artículo sobre la implementación reciente de “escuelas virtuales” en Nueva York publicado en La Vanguardia (25/3), se señala que “los educadores se han encontrado con la cuestión de que numerosos hogares de Nueva York, máxima expresión del primer mundo y del cuarto, no disponían de un ordenador con el que conectarse a la escuela. [...] Este lunes se detectaron deficiencias. Muchas familias en barrios como el Bronx no habían recibido todavía el soporte tecnológico. Carranza [Richard, el “canciller” del departamento de Educación] reconoció que aún no disponían de todos esas 300.000 tabletas, así que se priorizó la distribución de las primeras 25.000 a las familias de menos ingresos y a los que están acogidos en refugios”.
Por su parte Teresa Jusdado, secretaria de Enseñanza de la Fesp-UGT de Madrid, tiene “dudas de que los medios y herramientas son suficientes para hacer labor educativa a distancia, porque los centros ni las familias están suficientemente preparados”, y además depende de la edad del alumnado para llevarlo a cabo correctamente. Jusdado considera “complicado hacer seguimiento y evaluación a distancia”, y critica que se deje “en manos de los equipos docentes y directivos la organización y la responsabilidad de llevar a cabo las tareas” (Magisterio, 10/3)
Desde San Pablo, a su turno, un referente del Sindicato Nacional Dos Docentes Das Instituições de Ensino Superior (Andes) señala que “ya vivimos con recortes absurdos en universidades, institutos y Cefet, que no son nuevos, pero que se intensificaron principalmente en este último gobierno y después de la CE 95. No podemos garantizar que el contenido a distancia llegue a todo el cuerpo estudiantil. Hoy tenemos muchos estudiantes de la clase trabajadora en la universidad pública, ¿cómo tendrá acceso esta población a estas herramientas para manejar una disciplina? Veo esto con gran aprensión, porque acentúa la precariedad de nuestro trabajo y también la calidad de la educación ofrecida”.
Y un delegado docente porteño señaló días atrás en Prensa Obrera que “de un momento a otro, los docentes tuvieron que elaborar propuestas a distancia sin contar con los recursos ni el tiempo necesario. En este cuadro, mientras algunas escuelas, sus estudiantes y los hogares no cuentan con computadoras o acceso a Internet hay instituciones que establecen de manera obligatoria el uso de plataformas digitales que aceleran los ritmos de trabajo”.
New York, Madrid, San Pablo o Buenos Aires. En todos los casos, con sus diferencias, se revela las consecuencias de una misma lógica: la del capital que ha desfinanciado la educación pública en todos sus niveles, que ha empobrecido a la población y que –en pleno siglo XXI- no puede proveer el más elemental equipamiento para docentes y las familias. Ni siquiera la llegada de viandas en los barrios del Bronx.
Negocios capitalistas y desvalorización educativa
Es en este cuadro de derrumbe -donde las garantías de las monedas, de las economías, de los Estados volaron por el aire- que autoridades educativas de los gobiernos mundiales y, en nuestro país, de algunas facultades en la UBA y del conjunto de las universidades nacionales, pretenden imponer lo que denominan “educación a distancia”.
Así como la pandemia es global, la profundización de la ofensiva del capital contra lxs trabajadorxs docentes y nuestros pueblos también lo es. Por eso, empieza a elaborarse una respuesta colectiva de lxs trabajadorxs y los sindicatos en todo el mundo.
Es interesante recuperar el análisis de la educación a distancia (que existe hace más de un siglo y medio). Esta fue y es una metodología complementaria al desarrollo de las disciplinas y de las herramientas pedagógicas pertinentes a cada una. No somos “destructores de máquinas” y somos los primeros críticos de las “clases magistrales”, pero hoy no es esta la discusión. La burguesía ve una oportunidad de negocio y baja de costos en la crisis. Así Microsoft de Bill Gates se alista en primera línea de promoción de sus plataformas. Los gobiernos se suman con entusiasmo a esta modalidad del teletrabajo como ejemplificador para el conjunto de los trabajadores, al pretender introducir una práctica flexibilizadora. Esta utilización de las crisis para destruir la educación pública no es novedosa: Bush usó el desastre del Katrina en Nueva Orleans para imponer las Escuelas Charter, fuertemente resistidas por los sindicatos docentes en EE.UU.
Ahora vienen por la desvalorización de la educación (¡cómo van a realizarse los trabajos de campo, las prácticas de laboratorio o los talleres de creación!) y para hacerlo deben desvalorizar el trabajo docente, el principal costo de la educación, que en la universidad argentina representa el 60% del presupuesto.
La lógica mercantilista está claramente expuesta. Los Estados no proveen los elementos y el equipamiento indispensables para el desarrollo de esta metodología. No hay capacitación en servicio para lxs docentes. No hay capacitación para lxs estudiantes para utilizarla. No se provee conectividad, software, máquinas ni espacios físicos donde desarrollar los procesos de enseñanza y aprendizaje. Por arte de magia –¡la magia del capital!- se privatizan tales procesos y se descargan sobre las espaldas de lxs trabajadorxs docentes y de lxs estudiantes, que en más de un 50% son trabajadorxs y que apenas en un 5% acceden a algún tipo de beca. Enmascarado como salida a la cuarentena, gobiernos y tecnócratas pretenden imponernos el paraíso de los que promueven el ajuste del FMI y la lógica mercantilista de la menemista Ley de Educación Superior impuesta por el Banco Mundial.
¿Por qué nos oponemos?
A 102 años de la Reforma de 1918 y a 71 años del no arancelamiento de la universidad, intentan que retrocedamos al “paraíso” del aislamiento individualista.
El “cuerpo estudiantil” es el actor en el que se centra la educación; “aislarlo” en su computadora es una necesidad para los representantes del orden imperante. Las luchas en todo el mundo por acceder al conocimiento crítico, a la crítica del conocimiento y a su elaboración colectiva son un fantasma que recorre a las clases dominantes.
El tradicional vocero del imperialismo -The Economist- lo revela con toda claridad: casi 1.000 millones de estudiantes en todo el mundo hoy no tienen clases (19/03). La introducción masiva de e-learning en esa inmensa población solo profundizará la desigualdad social y académica, ya que la amplia mayoría no tiene acceso a las condiciones materiales mínimas para soportar la cursada a distancia, incluida la necesaria tutoría presencial que no pueden facilitar las familias de trabajadorxs por sus extenuantes jornadas laborales o por carecer ellas mismas de los conocimientos necesarios para tal supervisión.
En suma, nos oponemos por razones pedagógicas, metodológicas, materiales, políticas y sindicales a este zarpazo que intenta la burguesía en todo el mundo y en nuestro país contra la educación pública. Es una batalla estratégica por nuestro propio desarrollo y emancipación.
Pero, además, ¿alguien atiende a las circunstancias dramáticamente excepcionales que estamos sufriendo? ¿Cómo hacen docentes y estudiantes cuya vidas personales y familiares se han visto completamente alteradas por la cuarentena (el cuidado de lxs hijxs, de familiares mayores) para darle estatuto de “normalidad” a una situación completamente anormal? ¿De qué modo imaginan que docentes y estudiantes pueden suplir la carencia de la más elemental infraestructura (desde videos de realización aceptable, equipamiento, conectividad)? Estas preguntas básicas no figuran en el manual del burócrata educativo, lo que convierte al fetiche de la “educación a distancia” en un “como si”: como si nosotrxs estuviéramos enseñando, como si ellxs estuvieran aprendiendo, como si alguien pudiera evaluarlos. Es decir, en una farsa educativa. No en nuestro nombre.
¿Qué hacer?
Si algo más está empezando a dejar como balance provisorio el primer mes y medio de esta pandemia, es que la salud, la educación y las condiciones de trabajo fueron el coto de caza de la burguesía y el capital financiero internacional. Aun bajo la hipótesis de que se tratase de una “catástrofe” natural -aunque empieza a denunciarse, el anunciado resultado de los modos de producción y consumo alimentario, de las condiciones de insalubridad que padecen las masas explotadas-, incluso en ese caso, lo que empieza a revelar esta crisis es el objetivo vaciamiento de hospitales, escuelas y universidades. La depreciación de las condiciones de enseñanza y aprendizaje en las familias trabajadoras. La creciente precarización salarial y laboral de la docencia de todos los niveles y en todo el mundo. No asistimos a una catástrofe del orden de la naturaleza sino del orden social: es el capitalismo.
En la ofensiva contra la educación pública y en defensa de los métodos de una virtualización forzada se concentra una estrategia a largo plazo. En lo inmediato opera como el argumento para colocar a lxs docentes contra la pared: ¿cómo colaboran, ustedes? Como si nuestro trabajo, nuestras clases presenciales, nuestras investigaciones y tareas de extensión no fueran la piedra basal de la legitimidad de un sistema educativo público y en nuestro caso de la UBA, incluso en las condiciones complemente hostiles en que se desarrolla. “Colaboramos”, desde hace años, todos los días en, con y para la educación pública.
No somos nosotrxs otra vez los que tenemos que salir al rescate de años de vaciamiento educativo, ahora agudizado por la pandemia. Quienes tenemos que volver a poner el hombro, esto es, a empeorar nuestras condiciones de trabajo, de enseñanza y de aprendizaje. Ni lxs estudiantes, quienes no pueden acceder a los recursos académicos y tecnológicos incluso en tiempos “normales”.
Como lo hemos venido planteando desde hace décadas, la salida de la crisis educativa (sanitaria, etc.), ahora agravada, pasa por volcar los recursos del Estado que hoy se destinan al pago de una deuda usuraria e ilegítima y al subsidio al capital, pasa por el incremento de los salarios y la formación en servicio de lxs docentes, pasa por el mejoramiento de las condiciones de la población trabajadora que accede al sistema educativo, también desde hace décadas, muy desventajosamente y con enormes limitaciones de acceso sobre todo a la educación superior y universitaria.
No somos luditas. Tampoco consumimos la fantasía de las nuevas tecnologías como relevo de la relación social y presencial educativa. Defendemos nuestras condiciones de trabajo, enseñanza y aprendizaje, e investigación como parte inescindible de la defensa de la educación pública al servicio de las mayorías populares. Quienes se aprestan a bajar instructivos y kits para implementar una imposible educación a distancia lo hacen, en cambio, porque están a kilómetros de distancia de la educación.